La gran nevada de Madrid

23 enero 2021 - Crónicas - Comentarios -

Aunque algunos hayan dicho que esto no estaba previsto, la verdad es que los distintos servicios meteorológicos ya avisaban con una semana de antelación que podría caer una nevada inusualmente fuerte en el centro de la península.  Algunos meteorólogos la calificaron de “nevada del siglo” o “nevada histórica”.  Así que una ocasión como ésta, un fotógrafo no la podía dejar pasar por alto y ya el día 1 de enero decidí hacer un reportaje si caía tanta nieve como se predecía. Lo primero que hice fue sacar mis botas de montaña y comprarme unos “guetres” o polainas para la ocasión. Miraba todos los días las previsiones y variaban ligeramente de un día a otro. Al principio se pensaba que la nevada fuerte ocurriría el jueves 7 de enero, pero dos días antes vi que lo del jueves iba a ser un aperitivo de lo que ocurriría viernes y sábado. 

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Los pronósticos se cumplieron y el jueves empezó a nevar a mediodía y decidí salir por la tarde, pues ya había un pequeño manto blanco que cubría el suelo. Me di una vuelta por el parque de El Retiro, que estaba muy transitado, pues ya se sabe cómo atrae la nieve a los urbanitas de latitudes relativamente meridionales. Y allí tomé mis primeras fotos de esta nevada, aunque me dije a mí mismo que se pondría mucho más bonito en los siguientes días y si podía tenía que volver (cosa que no pude hacer). 

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El viernes 8 de enero hubo una pequeña ventana de tiempo durante la mañana en la que no nevó. Comenzó a hacerlo a mediodía, así que igual que el día anterior decidí salir a dar otra vuelta por la tarde y en este caso opté por la zona de Casa de Campo y Madrid Río. Me bajé andando desde la estación de metro de El Lago hasta Marqués de Vadillo.  La verdad es que la nevada estaba siendo muy débil y en la Casa de Campo ni el suelo ni la arboleda estaban lo suficientemente cubiertos de blanco como para lucir en las fotos. No tomé grandes fotografías esa tarde, pero esa excursión me sirvió para darme cuenta de dos cosas fundamentales de cara a la sesión del día siguiente. Tenía que llevar un paraguas para tapar la cámara en cada toma y también buena provisión de pañuelos y gamuzas para limpiar el objetivo pues la ventisca racheada mojaba el objetivo constantemente.

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El viernes por la noche la cosa se puso muy fea como todos sabéis, la nevada se incrementó y a eso de las 9 de la noche ya no se podía circular por Madrid. Yo tenía planes para acercarme al centro a primera hora del sábado, pero tenía dudas si podría usar el transporte público, pues vivo en Aluche, un barrio periférico de la capital. 

Estaba claro que por la superficie no podría ir, por eso me alegré cuando escuché en las noticias que el metro de Madrid funcionaba con normalidad y se preveía que lo siguiera haciendo. Aun así, no las tenía todas conmigo porque la estación de Aluche está al aire libre y no sabía si ese tramo funcionaría o no.Así que me levanté pronto con la intención de llegar a la plaza Mayor cuando aún las luces de la misma estuvieran encendidas, pero no calculé bien el tiempo. Me costó mucho llegar al metro desde mi casa pues nevaba muy fuerte, había mucha nieve en el suelo y estaba sin pisar. Al llegar a la estación me dio una gran alegría comprobar que estaba abierta y que había gente esperando en el andén. De hecho, me sorprendió la cantidad de gente que a esas horas y en esas condiciones cogía el metro.

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Me bajé en la estación de “Latina” y el espectáculo que me encontré al salir a la calle Toledo me sobrecogió. Una calle totalmente desierta, coches y motos  cubiertos de nieve y algunas ramas de árboles caídas. Pero lo más impactante era el silencio que había y la sensación de estar solo en una calle normalmente muy transitada.  Me dio bastante rabia llegar a la plaza Mayor y ver que ya se habían apagado las luces, pero por otra parte había muy poca gente y la plaza estaba preciosa, así que hice algunas tomas generales y alguna más de detalle de la estatua de Felipe III. 

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Después me encaminé hacia la puerta del Sol, tras pasar por la plaza de la Provincia y tomar una instantánea del fotogénico Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Al llegar a la puerta del Sol ya había más gente que, desafiando la ventisca, había salido a recorrer Madrid y vivir ese increíble acontecimiento. Me costó encontrar el momento para hacer una foto del oso y el madroño sin gente alrededor, pero lo conseguí.

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Empecé a caminar por la calle Alcalá en dirección a la fuente de Cibeles, mi siguiente objetivo fotográfico. El problema es que a cada paso veía un tema a fotografiar y la ventisca arreciaba. Se me había ya torcido una varilla del paraguas y tenía una gamuza empapada de limpiar la lente del objetivo. La cámara, a pesar de estar tapada por una funda de plástico también estaba mojada, así que decidí meterme en un portal, secar el equipo y proveerme de otra gamuza para continuar la batalla. Debía ser algún organismo oficial porque una amable vigilante me dijo que no podía permanecer allí. Le dije que sólo sería un momento y me iría y así fue. 

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La diosa Cibeles lucía espléndida con el buen manto de nieve que la cubría, aunque me pareció que los leones tiritaban un poco. Lo que me resultó más impactante es no ver un solo coche alrededor y poder hacer fotos de la fuente y el espectacular Palacio de Comunicaciones sin el tremendo tráfico habitual. 

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Ese día Madrid entero se convirtió en una ciudad peatonal y resultaba sorprendentemente maravilloso. De hecho, empecé a darme cuenta de que, aparte de inmortalizar los monumentos y calles cubiertos de nieve, había muchas escenas de gente que merecían ser captadas por mi cámara. Así que empecé a incluir a más personas en mis encuadres. No solamente aquellas lejanas que me permitían rellenar espacio, sino que pedí a algunos transeúntes permiso para hacerles una foto, incluyendo así a paseantes, ciclistas, esquiadores, gente disfrazada…

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Cuando llegué a la puerta de Alcalá el paraguas tenía una varilla rota y otra doblada y aun así seguía cumpliendo su función y me permitía hacer fotos, sobre todo cuando tenía que hacer un picado para captar algún monumento, pues no dejaba de nevar con fuerza. La segunda gamuza estaba mojada y la cámara también, así que hice otra parada debajo de un soportal para coger otro pañuelo de la mochila y volver a dejar todo en orden.

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Unas cuantas fotos de la puerta de Alcalá, con diferentes perspectivas y continué por la calle Alfonso XII, pegado a la valla del parque de El Retiro, que lógicamente permanecía cerrado desde la tarde anterior. Desde la verja pude ver el destrozo que la nieve estaba causando en los árboles del parque y tomar algunas fotos.  Bajé después al paseo del Prado para visitar a Neptuno y poder pasar luego la foto a mis amigos colchoneros y que no me acusaran de priorizar a la Cibeles.

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Cuando llegué al Museo del Prado me impresionó también verlo sin la gran cola de gente habitual esperando para entrar y en su lugar encontrarme con esquiadores tirándose por las rampas que rodean la pinacoteca, convertidas en improvisadas pistas de esquí. 

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Me acerqué a la puerta principal y me llevé una gran sorpresa al encontrarme con el gran pintor Velazquez. Definitivamente  no presentaba muy buena cara ese día. 


Después subí hasta la iglesia de San Jerónimo el Real (normalmente llamada en Madrid "Los Jerónimos") que tenía un aspecto imponente.

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El final de mi excursión matutina acabó tras tomar algunas fotos del Real Jardín Botánico desde la valla (que más bien parecía la taiga finlandesa), la cuesta de Moyano. la estación de Atocha y el Ministerio de Agricultura en la plaza del Emperador Carlos V. Subí por la calle Atocha en dirección de nuevo a la calle Toledo. En esos momentos del mediodía había mucha gente, a pesar de que no dejaba de nevar. El paraguas ya no parecía tal cosa, aunque me permitió llegar a casa razonablemente mojado, que no empapado. Quedó en el contenedor de la entrada, pero me prestó un gran servicio. 

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Un rato en casa para comer, secar equipo y ropa, descansar un poco y de nuevo a la faena. Mi mujer me preguntó - ¿Pero te vas a ir otra vez?   - ¡Pues claro! - le dije. -Tengo que hacer la sesión de tarde. Esta vez me acompañó mi hija, así que cogí otro paraguas y de nuevo a la carga. 

Los objetivos de la sesión vespertina eran la Catedral de la Almudena, el Palacio Real y el Templo de Debod, monumentos icónicos de la capital y que no podía dejar escapar bajo ningún concepto. Cuando salimos de la estación del metro de “Opera” ya no nevaba y no tuvimos que usar el paraguas.

Había gente por todas partes. De hecho, alguna foto tomada desde arriba en el que se ve la plaza de la entrada a la Almudena llena de gente me recordó a alguna obra de Brueghel el Viejo. Este pintor flamenco era muy aficionado a representar paisajes urbanos nevados con multitud de personajes. Algunos fotógrafos han preferido hacer la foto de ese mismo escenario sin gente, usando la técnica de larga exposición y retoque posterior en el ordenador, pero a mí me pareció más curioso hacerla con la gente deambulando. 

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El palacio real lucía impresionante, en la hora azul, poco después de la puesta de sol.

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Las últimas fotos de ese día fueron del templo de Debod, con su iluminación nocturna. ¿Quién iba a decirles a los constructores de este templo que alguna vez estaría tan cubierto de nieve?

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Las predicciones para el domingo 10 de enero eran bastante mejores que las del día anterior. Se preveía incluso que el sol hiciera su aparición y así fue. Aproveché para volver a primera hora al escenario de la tarde anterior y hacer fotos a la plaza de Oriente, el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, pero esta vez sin gente, con luz de día y cielos con algo más de interés. 

La fuente del monumento a Felipe IV amaneció totalmente congelada.

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El templo de Debod con la luz de la mañana tenía un aspecto totalmente distinto que la noche anterior, el misterio había desaparecido.

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Después aproveché para dar una vuelta por las pequeñas calles y plazas de la zona centro y comprobar lo duro que iba a ser todo a partir de ese momento. Árboles caídos atravesando las calles, vecinos con palas despejando las entradas de sus casas y el suelo cada vez más peligroso pues el tránsito de la gente y la temperatura bajo cero habían creado verdaderas pistas de patinaje.

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A mediodía volví a casa con mucho cuidado, deseando descargar los cientos de fotos en el ordenador y con la sensación de que sería muy difícil volver momentos como esos. Aunque...., bueno, tampoco se puede asegurar nada después de la racha que llevamos.

Plaza de la Lealtad 405_156_135
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